Yo traigo el fuego [clase habilidades-privada]

Las 12 de la mañana, un buen momento para comenzar a entrenar. El sol no estaba en plenas facultades, por lo que aun se podía hacer las clases mandadas sin deshidratarte. Aun así, precavido, llevé en la mochila una botella grande de agua fría que me permitiera beber algo en caso de necesidad. Llevaba unos pantalones vaqueros pirata para tener soltura y una camisa de asillas, lo que dejaba al aire mis brazos y mis piernas, así de paso cogería algo de color.
Era hora de las clases. La verdad es que no me interesaba tanto las habilidades de ataque como las de persuasión, pero debía hacer esto si quería aprobar y poder seguir aprendiendo técnicas para hacer caer las almas al infierno. Joder, dicho así parezco el malo de la serie de las embrujadas, pensé, mientras en mi paseo llegué al oráculo misterioso. De todos modos era un elemento perteneciente a mi naturaleza, algo que DEBÍA dominar.

En plena luz del día eso no daba aspecto de misterio ni terrorífico, por lo que miré a mi alrededor esperando que no pudiera prenderle fuego a nada y me preparé. Había nacido para eso, era un demonio, un hijo de Lucifer...Yo debía traer el fuego.

- Muy bien, Saifer, hora de demostrar lo que vales...¡Ignis Control!- dije, intentando crear una bola de fuego.

El miembro 'Luis Saifer' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

'Dado de 6 caras' :

Resultados :

Al rededor de mis manos se concentraron las llamas que debía manejar, perfectas, en armonía continua, como el fluir del agua en unos hilos rojos que crecían y disminuían a voluntad.. Las controlé lanzándolas a las antorchas apagadas que aun contenían algo de piedra caliente y las prendí de nuevo, encendiendo el total de seis antorchas. Sonreí de forma chulesca, al cerrar el puño las llamas se evaporaron por arte de magia, bajo mi control. Mis ojos eran dos pozos de pura oscuridad, negros como el vacío.

- Era obvio, no? soy el jodido hijo de Satán- reí para mi, tomé mi mochila y bebí un largo trago de la botella mientras bajaba las escaleras. A mi espalda, por el rabillo del ojo, creí ver algo en el templo. Acto seguido me encogí de hombros y me fui, sonriendo..