Noctívago // Lucy

El carboncillo de deslizó lentamente sobre aquel papel poroso, trazando una linea tras otra causando una sensación de sombras. Respiré profundamente, dejando flotar en el aire un pequeño suspiro casi inaudible. Había perdido la noción del tiempo desde que había llegado a aquel sitio con la intención de mejorar, o al menos practicar, el arte del dibujo. El ocaso había sucedido poco después de yo salir, había recorrido las calles del pueblo en busca de un buen sitio donde poder asentarme. Finalmente, algo aburrido por la búsqueda, acabé sentándome en el mismísimo suelo, dibujando lo primero que pasó por mi cabeza: dibujando el rostro de Akasha. Había dado comienzo por lo ojos, procurando no fallar en ningún momento y esforzándome lo máximo posible para conseguir un retrato, ante todo, hermoso.

Desvié durante un breve momento la mirada. A mi al rededor no parecía haber nadie excepto mi propia sombra. Me encontraba en una de las calles del pueblo mas aisladas. Todo sería absolutamente y tenebroso si no fuera por el labor de una pequeña farola que brillaba sobre mi cabeza, iluminándome. El cielo, por su parte, ignorando completamente todo lo demás, brillaba con una intensidad sorprendente, dejando al descubierto millones de estrellas y una luna cubierta por su hermosa librea plateada.

Sonreí débilmente ante tal belleza y volví de nuevo a mi dibujo.

Seguí con mi labor como si tal cosa, pues no había nada que pudiera interrumpir aquel fantástico momento. El dibujo ya estaba casi terminado y, para ser sincero, estaba bastante orgulloso de él. Tan solo algún brillo en los ojos o alguna pequeña sombra delataba que no había sido hecho por manos expertas.

Alguna extraña razón, que aún no llego a entender, hizo que desviara mi vista de nuevo al cielo, a la Luna. La luna: tan hermosa como siempre. De una pequeña doncella perdida en un inmenso oscuro, vestida con un bella librea se trataba. Podía perfectamente distinguirse las pequeñas mascas que le daban un rostro, una expresión. Como si de la nada hubiera salido, una pequeña sombra se interpuso entre aquella vista. En un principio no supe que reacción obtener. Había quedado impresionado por aquella figura y sentía la necesidad de volver a verla, pero había sido tan fugaz el brillo de una estrella.
Volví a mi dibujo con una sola idea: plasmar en el papel lo que mis ojos acaban de contemplar. Pase a la próxima hoja de mi cuaderno, dejando atrás el dibujo de Akasha, y comencé a dibujar lo único que había podido ver: aquella extraña figura.